Y caminé en la noche
deprisa y sin parar hasta la
playa.
Y llegué hasta la orilla por la
arena
donde el mar se detenía suavemente
planchando las olas de un final.
Y miré en la lóbrega lejanía
al cielo inclemente y mar bravío
que en estridentes truenos y
borrascas
fundió el tenebroso horizonte con
mi grito:
—¡¿Por qué…?! ¡¿Por qué…?!
© Orlando F. Menéndez